Equis y Cero
Cero y Equis
(21.07.17)
Equis y Cero ya solo aspiraban a
llevar una vida a-p-a-c-i-b-l-e en su casita de campo.
Los días discurrían con
normalidad, aunque a veces surgía algún roce, y en otras ocasiones
le sobrevenían, alternativamente, retazos de plenitud. Rara vez
estos retazos se presentaban conjuntamente. De cualquier forma, los
retazos o los roces los distraían de la vida apacible soñada por
ambos.
A Cero le sobraba sobriedad,
sentido del ridículo y vergüenza ajena. Nunca sería invisible.
Equis acumulaba empatía hacia el
peligro y le traía al pairo el valor material de las cosas, no así
el sentimental.
Los privilegios se los repartían
a partes iguales.
Arrastraron cuidadosamente a sus
personajes durante un tiempo, pero poco a poco los fueron desnudando.
Quitándoles lastre. Ahora eran más livianos, pero, por contra, más
peligrosos y directos.
Equis se hablaba a si misma en
voz baja y abría el paraguas cuando había pasado la tormenta.
Cero escribía en la corteza de
los árboles letras que primero se avergonzaban de sí mismas y
luego se congelaban.
El futuro, que siempre estaba a
la vuelta de la esquina pero nunca llegaba, era un enigma para ambos.
Hacían cábalas, aunque a veces no las comentaban entre ellos. La
incógnita pesaba y disimulaban dando paseos a la orilla del mar.
Después de que algunas palabras
se equivocaran de frase, venía una tregua.
Equis tenía las manos heladas de
restaurar vírgenes.
Cero asume al fin, que con el
tiempo, algunos milagros perdieron su brillo..
Abstraídos en la noche veían
dos lunas distintas.
Las sombras se movían con el
viento. Pronto llovería en la oscuridad.
Por las rendijas del amanecer
algún sueño se colaba. Comenzaban las apuestas.
Y el día iniciaba su curva con
todos los pájaros suspendidos ya en el aire.