El Protegido
Mi nombre es
Peter Korda. Soy Jefe de Departamento en una gran empresa del país. Hace cuatro
años solicité ayuda a la Dirección debido a que el volumen de trabajo había
crecido desmesuradamente y era imposible controlarlo todo con una sola persona
de responsable. Accedieron a mi petición y enviaron a un tipo llamado Alexander Koch con la intención de que nos
repartiéramos el trabajo entre los dos. A mi cargo quedaron quince empleados y
la sección de “importación”. El se ocuparía de las “exportaciones” y con trece
empleados. El tal Koch resultó ser un “protegido” de la Dirección que poco a poco fue destrozando el buen
ambiente de trabajo que habíamos conseguido crear entre todos en veinticinco
largos años de trabajo en común. A mí no me afectaba directamente, pero los
trece empleados que antes estaban a mi cargo y que pasaron al suyo, empezaron a
comentarme los métodos despóticos que utilizaba con ellos y el cambio drástico
que experimentaron las relaciones en el trabajo.
Durante los
cuatro años que habían transcurrido desde la incorporación al organigrama del
“protegido” Koch, empleé todo lo que tenía a mi alcance para plantar cara a los
desmanes del infiltrado y a intentar que su “filosofía” dictatorial y vejatoria
quedara al descubierto. En la Dirección empezaron a tomar nota de las malas
artes de su protegido y poco a poco fueron retirándole algunas de sus
atribuciones.
Ayer,
Alexander Koch andaba rondando cerca de mi despacho. Era por todos conocido que
yo no le dirigía la palabra desde hacía tiempo a no ser por razones
estrictamente profesionales y solo en
reuniones oficiales de trabajo. Me hizo llegar de su parte una maleta metálica.
Al principio, medio en broma medio en serio pensé que me enviaba una bomba de
regalo. Abrí la maleta y dentro encontré un recambio de fregona sin usar, un
grillo muerto, una cuchara de plata y una caja de metal. Dentro de la caja
había una carta o lo que parecía una carta si se la miraba de lejos, pero de
cerca consistía en una especie de amalgama de palabras inventadas como si
fueran frases verdaderas, con sus signos de puntuación. Pensé en una carta
escrita por una computadora averiada. Eran palabras como “ppytbff” o gtybraviy”
o sddinmba” etc…
Lo único
“comprensible” dentro de lo que cabe, era el sello que venía junto a la firma:
Se podía
distinguir a un buzo con traje de neopreno, gafas, aletas y bombona de oxígeno,
galopando sobre un caballo; una mano en las bridas y en la otra un fusil de
pesca submarina en actitud amenazante.
Dentro de la
caja había también un sobrecito con una tarjeta de visita de Koch dentro y en
el dorso, escrito a mano con letras góticas: “Hasta nunca”.
Pregunté al
empleado que me trajo la maleta el significaba de todo aquello y me dijo que
solo sabía que habían destinado a Koch a
una sucursal en Asia Central.
Tiré la
maleta a un contenedor de basura y salí del edificio por la puerta trasera.
Paseé bajo una lluvia fina por las empedradas y estrechas calles del barrio sur
de la ciudad. Al poco tiempo me invadió una sensación de ingravidez, nada me
retenía, ni física ni mentalmente. Encontré un banco solitario y me quedé allí
a oír la lluvia caer sobre el río
mientras atardecía.