Se Buscan

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Paco Cumpián (Mortimer) y Rafa R. Costa (Roscoe)
los últimos forajidos, segundos antes de comenzar la 1ª toma

Paco preparado para entrar en acción

Foto clandestina de Paco en la comida previa en el jardín, bajo el pino.

Jacinto Pariente, el que pone el . sobre la i

Eliezer Godoy(la que asesora e intenta iluminar todo a pesar del sombrero de Paco) pillada por sorpresa en la comida

Rafa y Eliezer en la sobremesa

Jacinto y Barbarita (la que dice "acción" -cuando le dejan- y dirige)

Babelain Single- El Elixir- The Inner Light

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Cara A.- El Elixir (Música y letra.- Babelain).

La música de este tema la utilicé para la primera canción que hicimos mi amigo Pica y yo para Los Suficientes. En esa ocasión la letra era de Pica. Ahora le he adaptado una letra y le he hecho algunos arreglillos nuevos.

Cara B.- The Inner Light (George Harrison).

Me he atrevido con esta versión (que cara tengo) sin estar muy convencido de que pudiera sacarla adelante (más que nada porque no tengo un grupo de músicos indios a mi disposición, ni soy George Harrison, ni tengo a Paul y John en los coros). Y además, me lancé cuando mi amigo Freaky (el bloguero más lanzado de la red) pidió colaboraciones para un post sobre La Paz que quería publicar en su blog y que aún está en “construcción”.

Link para bajar el single:

http://www.megaupload.com/?d=RW9GC3FR


Desde el Frenopático VII (último)

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FRENOPÁTICO VII

…aquel amanecer fue distinto a todos los que había conocido. No había una ventana frente a mí por donde entrara la luz del sol. Todo a mí alrededor era una ventana. Sentí que mis raíces penetraban lentamente en la tierra, reconociendo el subsuelo tan misterioso, tan nutriente, tan oscuro. Mis ramas se mecían con la suave brisa de la mañana. Los pájaros ya no me huían, al contrario, venían a refugiarse en mi copa, a cotillear, a amarse, planeaban futuros nidos, volaban de rama en rama. A unos cinco o seis metros se encontraba una Acacia preciosa con la que comencé una relación extraordinaria, difícil de explicar a los “humanos” y que duraría toda una vida.

Cobijándose en mi sombra, los furtivos amantes del internado se juraban amor eterno y grababan corazones con su nombre en mi tronco, cosa que me producía unas cosquillas desternillantes. Así fui enterándome de todos los romances que ocurrían en aquel lugar y nadie puede imaginar la cantidad de locos que se aman con locura. Una locura que nada tiene que ver con el mundo “exterior”. No sé si el aroma de mis flores amarillas producen relajación y bienestar pero los amantes se encontraban en la gloria junto a mí. De la poda de las ramas que crecen demasiado, los artistas utilizan la madera para crear sorprendentes esculturas…

Mi vida cambió radicalmente como podréis imaginar. Se acabaron los sueños; no eran necesarios. Al concederme el último deseo, desapareció el pasado, no tenía ya referencias reales y el futuro me importaba un pepino, no tenía ningún sentido. El tiempo casi desapareció o no lo tenía en cuenta, para qué. Ahora las sensaciones eran de otra índole. Penetrar la tierra, penetrar el aire, absorber los líquidos y nutrientes, dar cobijos a pájaros, ardillas, arañas, hormigas, orugas, líquenes…

El que no daba crédito era el jardinero, un loco reconvertido. Cuando por primera vez “descubrió” al Tilo Plateado, comentó en voz alta: “cómo es posible no haber reparado en este árbol antes”. Se rascaba la cabeza, ponía los brazos en jarra, resoplaba, me miraba de reojo con un ojo más abierto que otro, como si alguien quisiera engañarle y él no se fiaba. Yo me reía por dentro y no sé si por fuera también, pero le cogí cariño al viejo jardinero, me trataba con mucho mimo aunque nunca dejó de asombrarse de mi extraña aparición.

El amanecer, la lluvia que baña, el sol que calienta, las flores, el jardinero incrédulo, las hojas vibrando, el viento que mece, las sombras que cambian, los “locos” amantes, las raíces, los pájaros, la tarde, la acacia, las ramas, las nubes que pasan, la noche, la vida…

FIN

Desde el Frenopático VI

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FRENOPÁTICO VI

…se me apareció la cebra y me dio un vuelco el corazón. Allí estaba, mirándome con esa inocencia que desarma hasta a un loco. ¿Sabes ya tu tercer y último deseo? preguntó sin darme tiempo a reponerme. Le he dado muchas vueltas y creo que se lo que voy a pedirte, le contesté. Pues dime, hoy no tengo mucho tiempo.

Quisiera convertirme en árbol, le dije; en un joven Tilo Plateado. ¿Sería posible?

Supongo que si, pero no conozco a nadie que haya pedido ese deseo de convertirse en árbol. ¿Estás seguro? Completamente, contesté (aunque no lo tenía muy claro y por dentro temblaba como un flan chino mandarino). Bien, esta tarde, después de comer sal al jardín como todos los días. Busca un sitio que te guste donde pasar el resto de tu vida, quédate inmóvil, con los ojos cerrados y espera. No abras los ojos por nada del mundo. Dicho esto y sin darme tiempo a recapacitar, la cebra desapareció de mis sueños para siempre.

Salí a pasear por los pasillos pero por primera vez desde que estoy aquí no di ningún grito. Paseaba en silencio, meditando aunque sin concentrarme en nada concreto. Me puse las gafas y vi que los pasillos estaban repletos de paseantes como yo, con sus batas blancas y cada uno con su “desvarío” correspondiente. Por un impulso incontrolable me puse a dar abrazos a todo aquel que se cruzaba en mi camino. Algunos se sorprendían, otros me abrazaban y otros salían corriendo asustados. Me quité las gafas y me dirigí al comedor.

El menú del día era muy apetitoso, arroz con conejo de primero y luego un trozo de besugo al horno con rodajas de limón, sus patatas y tomates bien asados pero no probé bocado, no tenía hambre. Sin embargo me entró una sed terrible y acabé con todo el agua de la jarra que había en la mesa. Me sentía nervioso, como febril. Salí al jardín.

Paseé entre árboles y plantas, como si fuera un experto zahorí, pero en vez de buscar agua, buscaba un lugar apropiado para “plantarme”. No me decidía por ninguno, aquello era para “toda la vida”. Al pasar cerca de una pequeña Acacia Frisia color verde limón, sentí como un escalofrío agradable, se me puso la piel de gallina y me quedé quieto como una estatua, con los ojos cerrados.

Pasaba el tiempo, aunque el tiempo era difícil de medir en el estado que me encontraba y no ocurría nada. La luz se iba…

Desde el Frenopático V

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…aquella noche volví a soñar con delfines y murciélagos; de la cebra, ni rastro. Comentaban anécdotas y curiosidades sobre terremotos (los murciélagos) y tsunamis (los delfines). De madrugada, con los primeros rayos de sol, me levanté un tanto melancólico sin razón aparente. Los gritos no salían fluidos, eran casi opacos, sin garra. No le quise dar mucha importancia pero al final me preocupé de tanta melancolía sin venir a cuento. Volví a ponerme las gafas “de ver personas” y fui a ver al médico para que me dijera si tenía algo raro. El médico fue muy agradable y me dijo que me encontraba perfectamente y que últimamente estaba muy contento con mi “evolución”. No entendí eso de mi “evolución” pero hice como que me enteraba. No quise hablarle de lo de las gafas, le di las gracias y fui al comedor.

El menú consistía en cazuela de fideos con almejas y de segundo sangre encebollada. Odio la sangre encebollada y estoy seguro de que me habían puesto un plato enorme para fastidiarme. No probé el segundo plato, tomé una manzana y salí al jardín, melancólico pero a la vez cabreado. No era mi día.

Me puse las gafas un rato para orientarme o porque necesitaba compañía en el estado en que me encontraba, no lo se, el caso es que en un banco apartado encontré a una viejecita muy simpática con el pelo blanco que me saludaba con su abanico. Me senté un rato con ella y charlamos de flores; le gustaba mucho una planta llamada “vincapervinca” con unas florecillas azules muy bonitas. A mi también me gustaba pero al charlar con ellas en alguna ocasión, me dio la impresión de que se burlaban un poco de mí y no volví a dirigirles la palabra. Esto no se lo dije a la viejita por si las moscas.

La conversación con aquella viejecita tan simpática me había relajado y la melancolía desapareció. Incluso me atreví a escribir algo parecido a un poema (no se si es un atrevimiento de mi parte llamarlo así, pero…):

Las mañanas son puertos de donde zarpan navíos

Las tardes, claroscuros en un rincón del oasis

Las noches, espejismos que confunden a los brujos.

Fue meterme en la cama y ponerme a soñar…

Desde el Frenopático IV

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FRENOPÁTICO IV

…no, no creo que resultara tan fácil conceder el tercer deseo. Le dije a la cebra que para mí sería una especie de “renacimiento” si pudiera transportarme al momento en el que perdí la “inocencia”. La pequeña cebra me miró precisamente con unos ojos completamente “inocentes” y me dijo deletreando cada sílaba que “la inocencia no se pierde de golpe, se pierde poco a poco a lo largo de toda una vida”. Entonces, le pregunté, ¿no puedes concederme ese deseo?; no, es imposible, piensa en algo que yo pueda concederte, me contestó. Pensé por unos instantes pero aquello me había desconcertado por completo; me había ilusionado con los dos primeros deseos y ya me veía inmerso en otro proceso de reconversión casi sobrenatural.

Le pregunté si podíamos quedar para el sueño de la noche siguiente y así tener tiempo de pensar en el último deseo. Me dijo que no estaba segura de poder “aparecerse” de nuevo en mi sueño y que podría echarlo todo a perder. A pesar de todo, le rogué que lo intentara; prefería pedir un deseo bien pensado y que me produjera tanto bien como los dos anteriores y no desperdiciarlo en algo que no estuviera a la altura de las circunstancias por precipitarme sin sentido. La cebra hizo algo parecido a encogerse de hombros, solo que no tenía hombros y no me prometió nada.

Desperté, salí al pasillo y comencé mi sesión de gritos con una energía que hasta a mí me sorprendió.

Se me ocurrió ponerme las gafas y vi un corro de internos que discutían sobre lo que había pasado el día anterior en el jardín, que si Jacinto había disparado a uno de los médicos que lo atendían, suerte que tenía mala puntería, que había salido corriendo, saltó la verja y se escapó del internado. Jacinto, parecía ser un tipo muy querido por aquellos internos y con fama de anarquista de la vieja escuela; yo no recordaba a nadie con ese nombre, aunque sí que charlaba de vez en cuando con un grupito de jacintos que florecían en un parterre medio olvidado del jardín. Eran muy simpáticos y siempre me ponía de buen humor después de una corta conversación con ellos. Me gustaba su forma tan libre de expresar sus pensamientos. Eran sorprendentemente frescos y a la vez, atrevidos.

Ese día, el menú consistió en lentejas estofadas y de segundo habas con jamón y huevos fritos. Me puse como el quico y salí al jardín. Algún energúmeno había cortado los jacintos supuestamente para hacer un ramillete de flores. Me puse a llorar como un niño. Como un niño que odia con brutal inocencia. No podía parar de llorar. Me senté en un banco a esperar que se fuera la luz de la tarde…

Desde el Frenopático III

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FRENOPÁTICO III

…cuando llegó a mi altura me preguntó, entre jadeos, si había visto pasar a alguien corriendo por allí. Le dije que no había visto a nadie (él no sabía nada de mis gafas de “ver personas”, ni se lo dije, no fuera a tomarme por un loco de atar). Siguió su camino me quité las gafas y me entraron unas ganas terribles de ponerme a gritar, pero no era el momento ni el lugar así que me fui a mi habitación a toda hostia. Abrí la ventana, bebí el vaso de leche y comí las galletas con apetito. Me acosté y enseguida “me puse” a soñar.

Esta vez no hubo murciélagos ni delfines. Soñé que una cebra casi recién nacida se quedaba mirándome a los ojos fijamente. Noté que se comunicaba conmigo sin palabras, me decía algo así como que me podía conceder tres deseos, que aprovechara la ocasión; no a todo el mundo se le ofrecía esta posibilidad. Me quedé pensando unos instantes y luego le respondí que el primer deseo era volver a mi adolescencia, a una clase de filosofía y responder a la profesora, una maravillosa mujer de la que todos estábamos enamorados, una pregunta sobre…Kant?, Hegel?, Descartes?, si, Descartes, sobre El Discurso del Método, que no supe responder y quedé en ridículo delante de mis compañeros de clase. ¿Tan importante es para ti eso? Me dijo la cebra. Le respondí que para mí, hacer el ridículo era una cosa de vida o muerte. Me concedió el deseo y la cara de la profesora mostró satisfacción, casi orgullo, por una respuesta tan brillante.

El segundo deseo que le pedí consistió en hacerme volver a los veinticinco años, al instante en el que ascendíamos una montaña escarpada con un grupo de montañeros. Una joven italiana resbaló y pude agarrarla del brazo antes de que se despeñara barranco abajo. Su cara quedó a escasos centímetros de la mía. Sentí unos deseos casi irresistibles de besarla pero mi ridícula timidez pudo más. Me dio las gracias y seguimos ascendiendo hacia la cumbre. Le pedí a la pequeña cebra que me concediera volver a ese instante y cumplir aquel “sueño”. La cebra me preguntó si era tan importante para mí vencer la timidez. Le dije que por culpa de la timidez perdí numerosas ocasiones para cambiar el rumbo de mi vida (o eso creía yo, que ingenuo). Me concedió este segundo deseo; besé a la chica italiana y el contacto con sus labios me produjo una sensación de bienestar extraordinaria. En ese mismo momento me deslumbró un relámpago y oí un trueno descomunal. Quedé flotando en el aire unos segundos al vencer aquella humillante timidez. En eso debe consistir lo que algunos llaman el nirvana, imagino.

El tercer deseo sabía que no resultaría tan fácil…

Desde el Frenopático II

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FRENOPÁTICO II

…¡Tristán!...me vuelvo lentamente para disimular mi sorpresa y me encuentro con un hombre de mi edad que muestra una alegría inusitada por verme de nuevo. No se quién es pero disimulo y le digo ¿qué tal?... él me pregunta que cómo me siento hoy, que ayer estaba un poco alicaído (¿)... le digo que me encuentro en plena forma pero que últimamente no veía a nadie a mí alrededor. Me dio unas gafas especiales y me dijo que cuando quisiera ver gente me las pusiera y que para ver a los familiares (¿) no hacían falta las gafas. Luego se despidió muy cariñosamente y salió al exterior.

Curiosamente aquella noche no había soñado nada, o al menos no recordaba haber soñado y me sentía como vaca sin cencerro. Suelo soñar todas las noches y “vivo” los sueños con tanta o más intensidad que la vida “real”. Cada uno tiene sus “peculiaridades”.

En el comedor me dirigí, como siempre, a mi mesa favorita. La comida estaba servida, sopa de ajos y albóndigas de atún. Me acordé de las gafas, me las puse y el comedor, por arte de birlibirloque se llenó de internos en bata blanca. Parecía un gallinero en hora punta, con un ruido infernal. Me quité las gafas, aquello era otra cosa. Terminé de comer y salí al jardín con paso firme y la cabeza bien alta, ignorando a aquellos fantasmas que estaban pero no estaban. ¿Quién sería yo para ellos? ¿Qué pensarían de mí?

Sentado en un banco apartado, mantenía una conversación muy agradable con un joven ciruelo en flor que aquella tarde se mostraba especialmente parlanchín, cuando sonó un disparo o lo que a mi me pareció un disparo. Nunca he oído los sonidos como el resto de los humanos. Me puse las gafas “de ver personas” que curiosamente me hacía oír con “normalidad” y vi como un celador se acercaba corriendo hacia el lugar donde yo me encontraba…

Desde el Frenopático

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DESDE EL FRENOPÁTICO

Los días y las noches solo se separaban por una membrana invisible. Apenas me daba cuenta del cambio. Las mañanas me las pasaba gritando por los pasillos, con distintos tonos de voz, desgarradores, agudos, roncos, histéricos o tiroleses. No veía a nadie, solo sombras fugaces que doblaban las esquinas o traspasaban los umbrales de las puertas. Al mediodía entraba en el comedor y en una de las mesas más apartadas, mi preferida, encontraba la comida servida. Se oía un rumor de voces y ruidos de platos y cubiertos junto con algunas risas apagadas, pero no se veía a nadie.

Las tarde las pasaba dando paseos por el inmenso jardín medio salvaje, acariciando árboles y plantas, conversando con ellos, son magníficos contertulios. Los pájaros me huían según me acercaba a ellos, eran cobardes. Luego me sentaba en algún banco a esperar que la luz se fuera retirando lentamente. Yo observaba el fenómeno con los ojos semicerrados y los oídos bien abiertos; en ese momento se oyen cosas interesantísimas, se revelan profundos secretos que muy pocos conocen.

Cuando la luz se retiraba por completo me iba a mi habitación donde encontraba en la mesita un vaso de leche y unas galletas; no encendía la luz, abría la ventana para que entrara el aire de la noche y después de tomar mi frugal cena, me acostaba. Alguien debía entrar de noche a arroparme pero nunca pude verlo. Enseguida caía en un sueño profundo. Casi siempre soñaba con murciélagos y delfines. Se comunicaban entre ellos telepáticamente o algo parecido. Los murciélagos contaban a los delfines las anécdotas ocurridas por tierra y aire durante la jornada y los delfines le comentaban a los murciélagos detalles insólitos de la vida submarina.

Cuando entraba el sol de madrugada por la ventana, me vestía con la bata blanca y salía a gritar por los pasillos. Una mañana, cuando me encontraba eufórico en medio de un grito esperpéntico, alguien palmeó mi espalda al mismo tiempo que pronunciaba mi nombre…

MANFRED FIVE BAB. Mighty Quinn-If you gotta go, go now

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Single de Manfred Five Bab

Dos versiones de Bob Dylan

Vía Manfred Mann.- Cara A.- The Mighty Quinn

Vía Liverpool Five.- Cara B.- If You Gotta Go, Go Now


Son dos temas que descubrí antes en sus versiones que en el original de Dylan. Incluso la cara B “If you gotta go, go now” tenía las dos versiones (Manfred Mann y Liverpool Five en sendos E.P. comprados en su momento, hablamos del año 1.965 o 66) me decidí por esta última, me gustaba más. Me gusta hacer versiones de temas que han sonado mil veces en mi tocata en la juventud.

Cuento con la colaboración de Bruno en la portada.


Link:
http://www.megaupload.com/?d=J7FROTNT

La Vida

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La Vida... Pasa


La Vida ... Pesa


La Vida... Pisa


La Vida... Posa

Pero...
¿Porqué no Pusa la Vida?


Muere el día

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Muere el día

El mirlo nos anuncia

La dulce y triste derrota

Con los nervios del pobre

Y el corazón del viejo

Trenzamos la nueva senda

Que nadie nos arrebate

El espíritu que late

En esa desesperanza

En esa huida sin tino

Pero que la sangre dicta

Con una fe casi ciega

El mirlo duerme en la rama

Nuestros sueños se disparan