El amante “místico”
Leonard había tenido numerosas amantes a lo largo de su vida pero también tenía su lado “místico”. Había leído bastante sobre el asunto y en alguna ocasión había probado distintos métodos para cultivar su “espíritu”.
Ahora se encontraba en un monasterio Zen enclavado en territorio americano. Un mañana de invierno le encomendaron la tarea de quitar la nieve del patio con una pala. De vez en cuando se quedaba inmóvil y con la mirada perdida. En uno de esos momentos, el viejo maestro estaba observándolo por la ventana de su cuarto y lo mandó llamar.
-¿Qué te ocurre, Leonard?, pregunta el maestro, -te noto ausente-
-Maestro, añoro mi vida pasada-
-Concretamente, ¿qué añoras de esa vida, Leonard?
Leonard piensa un segundo antes de responder: - ¿puedo ser sincero, Maestro?
-Claro, Leonard, es la única fórmula que conozco
-Pues-continúa Leonard- recuerdo con frecuencia lo que sentía al acariciar con mi mano la parte interior de los blanquísimos muslos de mi amante y como sonreía cuando le acariciaba.
-¿Y qué sensación es esa, Leonard, podrías explicarla?- pregunta el maestro
-No se, maestro, era algo parecido a cuando se introduce la mano en la nieve inmaculada; al principio se siente un frio punzante pero luego se convierte en un agradable calor que se extiende por todo el cuerpo y que no sabría describir.
El maestro queda en silencio unos segundos y luego dice:
-A partir de mañana te levantarás una hora antes que los demás para aumentar el tiempo de meditación. Puedes marcharte.
A la mañana siguiente, Leonard se dispone a entrar en la sala de meditación en solitario cuando ve que el maestro sale por la puerta del monasterio. Le sorprendió, porque esa noche había nevado copiosamente, pero olvidó el asunto y entró en la sala a meditar. Al cabo de un tiempo, el monje más anciano del monasterio le dijo que fuera a por el médico al pueblo, que el maestro tenía síntomas de congelación en una mano.
Leonard pensó unos segundos, hizo una mueca extraña, se dirigió a su cuarto, cogió su petate y salió del monasterio, pero en lugar de ir a buscar al médico, fue directamente a casa de su amante a la que despertó acariciando suavemente la parte interior de sus muslos y al despertarse, ella le sonrió beatíficamente. Esa sonrisa lo transportó en un instante a ese estado de “satori” que buscaba desde hacía mucho tiempo.
5 de mayo de 2010