Sé cosas de esta
gente
Sé cosas de esta
gente que me rodea. De los que están “dentro”. Creo que sé
muchas cosas; más de lo que ellos imaginan. Bien, pero, ¿saben
ellos mucho de mí? No creo. Aunque ellos creen que me conocen bien,
¡Já! No saben de la misa la mitad. ¿O si? No, creo que no. Muchas
sombras en mi entorno. Mucha niebla a mi alrededor. Lo hago a posta,
¿eh? Juego al despiste ¿Qué tienen ellos que saber de mí? Yo, a
mi bola. No muestro todas las cartas. Es decir, apenas muestro
cartas. Que especulen lo que quieran. Pero, yo si que sé muchas
cosas de ellos. Sé que se creen que saben mucho de mi y de los demás
que están ahí “fuera”. ¡Qué ilusos! Sé que están perdidos,
flotando en su espacio viscoso. Aunque ellos se creen los reyes del
mambo. Son asépticos, neutros, no huelen ni saben a nada. Algunos
son muy pálidos, otros, negros y brillantes. Y tratan de juzgarme,
a mí y a los otros que se han quedado fuera. Solo yo me he atrevido
a entrar. Estoy preparado. Puedo estar dentro y fuera, a mi antojo.
¿Qué no?
Dentro, escucho y
observo. Lo observo todo, sin esfuerzo, naturalmente. La boca
cerrada, así no entran moscas. No se me escapa casi nada de lo que
me rodea. Pero como disimulando, como si no me enterara de nada y
¡zás! me quedo con la copla. ¿Para qué? No estoy seguro del todo,
es como un defecto que viene de fábrica, o una virtud, diría yo,
más bien. La información se absorbe y luego creo que me sirve como
instrumento de defensa en el cuerpo a cuerpo. ¿Es la guerra? Si, es
la guerra contra esta gente sin rostro definido, sin alma.
Especuladores implacables. Pobres imbéciles de sensibilidad capada y
con la estupidez a flor de piel.
También sé
escurrirme muy bien hacia fuera cuando me harto de estar dentro. Me
escurro por cualquier rendija. Es decir, me despido a la francesa,
sin que nadie se entere de mi partida. Se quedan con un palmo de
narices cuando, al pasar un tiempo, se dan cuenta de que les he dado
el esquinazo. ¡Que se jodan! Solo quieren chuparme la sangre (es un
decir) Y ahí se quedan, con lo listos que se creían. Listos y
listas, ¿eh? Que hay de todo. Las hembras son más peligrosas, más
difíciles de darles el esquinazo. Son más astutas. Pero ya he
aprendido a apañármelas bien con ellas. Con esa piel tan tersa,
pálida o morena, da igual. Con esos labios tentadores y
escurridizos, y esa gracia etérea en sus movimientos, en contra o a
favor del viento. Al sol o a la sombra. Con frío o calor, da igual.
Siempre tan lozanas. ¡Peligrosísimas! Pero… ya las he calado. ¡A
mí no me la dan! Ya he tenido bastante. Ellos son más previsibles,
si te fijas bien. Son otra cosa. Más burdos, más inútiles al fin y
al cabo, con toda esa pompa y boato que gastan. ¡Bastardos!
Entro y salgo de allí
con una facilidad pasmosa. Una vez dentro, tratan de cercarme con sus
argucias. Aunque tardan en darse cuenta de que estoy allí
jajajajaja. ¡Qué torpes! Luego, cuando me canso de torearles (es
bastante cansino el asunto) me escurro y allí se quedan con dos
palmos de narices, sin nadie a quien exprimir, aburridos mortalmente
porque ya no se aguantan los unos a los otros, o a las otras, y
viceversa.
Creo que debería
dejar por escrito mis experiencias, para que sirvan de ayuda a los
más despistados y débiles de espíritu. Bueno, no sé, supongo que
es mejor que espabilen por si solos. ¡Tampoco es que yo tenga la
solución para todo, eh! No soy Supermán. ¡Que nadie se haga una
idea equivocada del asunto! A lo mejor me he pasado de optimista
retratándome tan lozano y agudo. Tiendo al triunfalismo, pero al
final me estampo contra la realidad. Seguramente esta vez también.
Pero ellos aún tienen la sartén por el mango. Y va para largo. Así
que… espabilando.