Solo no lo impidas

|

Entro en la sala y oigo:

            .-La mente crea el abismo. El corazón lo cruza.

            .-La vida no muere. La vida nunca está tan viva como después de la muerte.

            (Silencio, o casi silencio. ¿Comprendo? Casi comprendo. No se)




Siguen las frases:
           
            .- Tanto en vigilia como en sueño profundo, solo estás soñando.
            .- Puedes soñar que estás despierto o puedes soñar que estás dormido.
            .- Tienes que verlo todo como un sueño y permanecer fuera de él.
           
            (A veces parece que así es, sobre todo cuando duermo poco)




Sigo atento:

            .-Romper el hechizo de recuerdos, deseos, temores y ser libres
            .-Regresar a nuestro origen y morar en él.

            (A pesar de todo “recuerdo” un poema de Allen Ginsberg; creo que él también escuchó estas palabras alguna vez)


            Y termina:

            . Todo acontecerá por si mismo. No puedes hacer nada, solo no lo impidas.

            

Interzona Poesía en Málaga.

|

Ami Cumpián (componente del grupo Malagueño "Solo un Momento" donde toca el clarinete, hace coros etc...)

Mavi (ya sabéis de quién os hablo, no?)

y Paco Cumpián (Poeta, Editor, Rapsoda etc. y organizador de "Interzona. Poesía" entre otros eventos)

leen algunos poemas míos en Semana Santa en Málaga.
Solo os pongo un poema leído por cada uno de ellos, para no aburriros. Bueno, el primero no es una lectura normal, es más bien una performance a cargo de Ami.


Olvidar

|

Olvidar

Tendría que poner  orden
en la memoria engañosa
de ese deambular sin rumbo
desde el nido hasta la tumba

Contar las cicatrices
los suspiros en otoño
las caricias de la lluvia
los adioses en los muelles

Reconstruir las ruinas
con sus oscuras pasiones
Reconciliarnos un poco
con su luces y sus sombras

Jugábamos a las tinieblas
se sellaban los secretos
el silencio era sagrado
cuando la luz se ocultaba

Luego fuimos creciendo
vadeando los pantanos
y olvidando nuestros pactos
los secretos y el silencio

Ahora somos más serios
ya no nos moldea el viento
las raíces son robustas
hay ramas que se han quebrado

Pero antes del olvido
habría que hacer inventario
y luego olvidarlo todo
creer que lo hemos soñado


Fin de Semana Jimmy IV (último)

|

(IV)

Marta y Jimmy se llevaban muy bien. Eran verdaderos amigos y no aspiraban a otra cosa. Parece mentira pero era así. Había un secreto que Jimmy atesoraba y que jamás había contado a nadie ni pensaba contarlo. Aunque no sabía si era fantasía o realidad, había llegado a la conclusión de que era bisexual, al menos aparentemente. Solo había comprobado que el sexo con mujeres le satisfacía plenamente, pero no quería compromisos ni ataduras.

Nunca lo intentó con hombres, es más, le daba miedo intentarlo, pero sentía una atracción especial por un tipo de hombres, los tímidos y al mismo tiempo, inteligentes, con intereses artísticos. Si encima amaban o practicaban la música clásica, miel sobre hojuelas. En tal caso, entraba en un estado parecido al enamoramiento que no había sentido con ninguna mujer. Pero todo quedaba en una especie de amor platónico, cinematográfico; de cine francés para ser más exacto.

Marta era unos años más joven que él, recientemente había terminado Bellas Artes y aún no tenía muy claro por donde tirar. Tenía imaginación para rato y no parecía aburrirse con su vida. Amigos no le faltaban, ni ilusión tampoco. Mientras pudiera seguir reinventándose de vez en cuando, no habría problemas.

Jimmy bajó a por pan recién hecho, Marta se levantó, preparó café y desayunaron pausadamente. Hablaron de ir algún día al teatro o de ver a algunos amigos que tenían olvidados, también de hacer alguna excursión campestre para recordar los viejos tiempos. Luego, Marta se fue y Jimmy, después de una ducha rápida, se vistió y se fue a trabajar. Tenía una imprenta de diseño gráfico con su amigo Willy, en la que satisfacía sus inquietudes artísticas.

Por el camino pensaba que el fin de semana lo había dejado un poco trastornado pero al final se quedó con una sensación agridulce al recordarlo.

FIN

Fin de Semana Jimmy III

|

(III)

Ni una ni otra. No fueron al cine. A Marta se le hizo tarde buscando el atuendo adecuado para la ocasión. Era una cosa curiosa; Marta se reinventaba semanalmente, más o menos. Los domingos por la tarde los dedicaba a planear la “personalidad” que adquiriría para la semana entrante. Una veces se vestía de Lolita japonesa, otras de ejecutiva modernísima, otras de artista conceptual, o de poeta uruguaya, o de folclórica underground, o de princesa ucraniana o de…vete tú a saber.

En esta ocasión, no esperó al lunes y decidió vestirse ese mismo domingo con la ropa planificada para la semana entrante. Parecía venir de “reportera gráfica en país africano”. Lo verdaderamente apasionante del asunto es que, quería “adoptar” la personalidad del modelo de vestimenta con la que se disfrazaba. Es decir, en este caso, se convertía en una verdadera reportera gráfica en un país africano. Al mismo tiempo que planificaba su indumentaria, los domingos por la tarde, buscaba en Internet información sobre su nueva “personalidad”.

Decidieron buscar un sitio para cenar. Marta propuso un restaurante de comida Senegalesa para estar acorde con su nueva “personalidad”. Jimmy empezó a tomarse todo aquello a guasa; más le valía. Pero Marta no bromeaba. Le iba la vida en su metamorfosis semanal. En el camino fotografió a toda persona de color con la que se cruzaba; pensaba luego hacer un reportaje con todo lo que viviera esos días.

Jimmy aprovechó un silencio de Marta en la comida para contarle la foto que había imaginado después de la visita a casa de sus padres: “…donde varias cigüeñas blancas chocaban en vuelo con otras tantas negras, insertándose mutuamente por el pico”. Luego le explicó que él había soñado con una cigüeña blanca y su padre le dijo que soñaba frecuentemente con cigüeñas negras. Marta dijo :”Wuauuuuuuuuu…” y pidió una cerveza al camarero “en senegalés” (había aprendido la frase en el traductor de Google) aunque incomprensiblemente el camarero le trajo una tónica schweppes.

Salieron del restaurante y caminaron calle arriba hasta llegar a un cruce donde siempre se separaban para enfilar cada uno el camino a su casa. Pero en esta ocasión, Marta estaba guerrera y quiso acompañar a Jimmy a su casa. Esa noche hicieron el amor en plan africano, o lo que Marta entendía por eso. (Esto último no lo había estudiado en la Wikipedia; no estaba planificado)...continuará.

Fin de Semana Jimmy II

|

(II)

Jimmy llegó a casa de sus padres un poco antes del horario previsto para la comida. En el camino le había comprado a su padre unas revistas de caza y dos botellas de vino de Rioja.

Hacía tiempo que no se veían. Su madre le preguntó nada más llegar que por qué no había traído a su novia. Jimmy se excusó diciéndole que tenía una comida prometida de hacía tiempo con unas amigas. En realidad, Jimmy no tenía novia, solo amigas que de vez en cuando salían con él, pero a su madre, para tenerla contenta, le había dicho que tenía novia formal.

En la comida surgieron algunos temas un tanto conflictivos: el trabajo, la política, las malas amistades y las buenas, la familia…y Jimmy los toreó con bastante acierto. No siempre era así. El padre era bastante seco y a veces “dictaba sentencias” con lo cual, la conversación se crispaba, la madre tenía que suavizar las cosas y Jimmy trataba de no cabrearse demasiado con las sentencias paternas. Últimamente, el padre de Jimmy no andaba muy bien de salud, incluso a veces parecía desvariar un poco. En la sobremesa, mientras su madre estaba en la cocina, salió a relucir el tema de los sueños y cuando Jimmy iba a contar el suyo de la noche anterior, su padre le dijo de sopetón: “últimamente sueño con cigüeñas negras” ¿sabes que significado puede tener eso? Jimmy le contó su sueño y ambos se quedaron mirando hacia el balcón, como vacíos. La madre volvió, abrió la puerta del balcón y entró una ligera brisa que templó el ambiente. Después de tomar café, Jimmy se despidió de sus padres y salió a la calle.

En el camino imaginó una foto donde varias cigüeñas blancas chocaban en vuelo con otras tantas negras, insertándose mutuamente por el pico. Llegó a su casa, se sirvió una copa de coñá, llamó a su amiga Marta y quedó con ella para ir al cine. En la cartelera había para elegir entre una de Godard y otra de Jarmush.

Fin de Semana. Jimmy I (De IV)

|

(I)

Jimmy se despertó sobresaltado. Algo estaba soñando pero aún no podía recordar de qué se trataba. Buscó a oscuras el paquete de cigarrillos en la mesilla y encendió un pitillo. Empezó a recordar el sueño: unos colegas de parranda lo habían arrojado borracho a un contenedor de basura como una broma. El contenedor había sido vertido en un camión municipal y él iba dentro semiinconsciente entre todo tipo de desperdicios malolientes. Pudo sacar la cabeza por la parte de atrás del camión y vio como una cigüeña volaba tras ellos. El camión frenó en seco y la cigüeña se estrelló contra la basura, quedando también aturdida. Cogió a la cigüeña por las patas y saltó a la calle. La trató de reanimar pero no lo consiguió. Subió con ella a la terraza de un edificio, la zarandeó y cuando parecía que espabilaba, la lanzó al vacío. La cigüeña caía en picado pero a unos metros del suelo, remontó el vuelo. En ese momento, de un respingo, Jimmy despertó.

Quiso buscarle un significado al sueño, pero lo dejó para más adelante. Se preparó un café y se dispuso a pasar la mañana del domingo lo más placenteramente posible. Barajó varias opciones:

-llamar a una amiga para dar un paseo por el parque y tomar unas cervezas.

-salir a por el periódico y quedarse en casa leyéndolo y oyendo música clásica

-invitar a comer a un par de amigos y montar una pequeña fiesta gastronómica y luego seguir la fiesta saliendo a… (Sonó el teléfono. Su madre le invitaba a comer a casa; era el cumpleaños de su padre)...continuará

El Silencio Acogedor

|

El silencio acogedor

Distraída con la bondad o con su innato despiste, se perdió acontecimientos importantes en la vida de cualquier persona. Pero ella era así. Y cuando llegó la falta de deseo, la inundó una torpeza blanca y dulce.

Hasta aquí fue tiempo de buscar, buscar, buscar…ahora llegó de pronto el tiempo de soltar lastre, lastre, lastre…

Por instinto se dirige hacia el espejo para comprobar si su rostro esconde algún secreto olvidado. Ni rastro de sabiduría, ni rastro de secretos, solo una extraña expresión de ave rapaz nocturna.

A veces se siente inundada por algún arrebato de, pongamos por caso, ira, o de melancolía; pero pasa pronto sin dejar apenas poso. Vuelta a la calma, vaciando los bolsillos sin ninguna aprensión.

Sentada en su balcón, cada día, al caer la tarde intenta hacer inventario de su vida, pero se distrae cuando algún pájaro canta cerca o la lluvia cae mansamente y la embarga algún pensamiento de su niñez. Hoy recordó el impulso absolutamente irresistible que sentía de besar a su hermanito pequeño en la mejilla cuando jugaban juntos en la plaza. Ahora no se reconoce, le parece imposible que esa niña sea esta señora sentada en una silla de enea viendo cómo se va la luz del día una vez más.

Aunque ahora ya no siente tristeza, sonríe, cierra un rato los ojos, siente fresco, entra en la casa, cierra el balcón y se deja envolver por un silencio acogedor.

Fin de Semana. Willy IV (último)

|

(IV)

El domingo muy temprano, Willy, después de desayunar, salió al balcón y se dispuso a destripar el libro de Philip K. Dick. Y eso hizo. Abrió el libro, se saltó el prólogo, ya tenía bastante con el vistazo que le echó ayer y empezó a leer:

“Estoy hecho de agua. Jamás se darán cuenta de ello, porque la tengo contenida. También mis amigos están hechos de agua. Todos. Para nosotros, el problema no sólo radica en que debemos andar sin ser absorbidos por la tierra, sino que debemos ganarnos la vida.

En realidad, hay un problema aún mayor. No nos sentimos cómodos en ninguna parte. ¿Por qué?”

Cerró el libro. Decidió que aquello no era para él. Salió a la calle y paseó sin rumbo fijo hasta llegar a un parque. Allí, sorprendentemente encontró a la joven dependienta de la librería paseando a su perrito. Se atrevió a abordarla con la escusa de preguntarle sobre el libro de Dick. Ella le comentó que no lo había leído, le había echado para atrás ese extraño título “Confesiones de un artista de mierda”. Precisamente lo que hizo que él se decidera por el libro de marras.

Paseando por el parque, sintieron ambos la misma agradable sensación. Algo inexplicable pero que flotaba en el ambiente. No se sabe por que extraña razón llegaron a un tema de conversación que ninguno de los dos habría previsto en ese improvisado encuentro. El tema era la muerte. Podríamos suponer que llegaron al tema comentando algún libro que los dos habrían leído; el caso es que Willy le contó el vértigo que había sentido al pensar en la muerte y que nunca antes se había preocupado por esos pensamientos, al menos tan intensamente. La joven, que se llamaba Ana, le dijo: “a mi la muerte no me interesa en absoluto, está ahí escondida en algún sitio, pero no me incumbe y espero que se quede en esa oscuridad todo el tiempo que pueda; bastante tengo con la vida”.

A Willy le hizo gracia aquel desparpajo y la invitó a tomar el aperitivo en una terraza del parque. Ella aceptó y la mañana de domingo se deslizó como un trineo por una suave pendiente en la nieve.

(Fin de este Fin de Semana de Willy. Otro día os cuento un Fin de Semana de un tal Jimmy, si os apetece)


Fin de Semana. Willy III

|

(III) (De IV)

Lo despertó Fernando, uno de sus gatos, subiéndose al regazo. En realidad estaba reclamando su cena. No era habitual que su dueño se quedara dormido en el sillón viendo la tele. Willy se levantó y le puso la comida a los gatos que iban saliendo de sus rincones favoritos con indiferencia, casi con disimulo. Algunos bostezaban y otros se estiraban. Había quién hacía las dos cosas a la vez, pero al poco tiempo, cada uno estaba comiendo en su plato favorito.

Willy puso un disco de Horace Silver, era un gran aficionado al Jazz, y fue a la cocina a preparar su propia cena. Sonó el teléfono. Era un amigo que se aburría en casa y se le ocurrió que podría distraerse charlando un rato con Willy, pero era un mal día para Willy. Intercambiaron algunas frases, promesas de salir a tomar algo, ver algún museo, ir a cierto recital de música y ahí quedó todo.

Mientras cenaba un plato de espaguetis al “pesto”, volvió a pensar en la muerte. Era incomprensible, a los treinta y ocho años de existencia, se le ocurre pensar seriamente en la muerte por primera vez y dos veces en el mismo día. Pensaba en “su” muerte. Su desaparición de la faz de la tierra. La nada. Nunca antes le había ocurrido algo semejante. La muerte era algo abstracto, que le rozaba de vez en cuando, pero hasta ahora no se había detenido a pensar en “su” muerte. Empezó a agobiarse. Ganó la puerta de la casa y salió a la calle. Ya era de noche y hacía fresco. Se perdió por calles que nunca frecuentaba. Una prostituta yonki le salió al paso y le ofreció sus servicios (“20€, hago lo que tú quieras, guapo”) Se asustó al ver sus ojos y la eludió como pudo. Luego los comparó con los ojos de la china de la gorra de béisbol. No podía ser la muerte tampoco. Era una casualidad, como la china. Entró en un bar y pidió un coñá. El camarero comentaba con un cliente sobre el “hat trick” de Messi en el partido de ayer…(continuará)


Fin de Semana. Willy II

|

(II) (De IV)

Willy llegó a casa con ánimo de “sentirse en casa” pero le costaba trabajo conseguirlo. Vivía solo, con sus libros, sus discos y sus gatos. Se preparó una comida frugal (revuelto de espárragos trigueros con huevo, acompañado de un par de generosos vasos de vino tinto y de postre un poco de helado de turrón)

Se echó la siesta (costumbre irrenunciable pese a quien pese) y al despertar le rondaba un pensamiento en la cabeza: “En la vida real, nada es lo que parece”. Lo repitió en voz alta mientras se hacía un té. Pensó: “en los sueños, todo está más claro” y se sentó un rato en el porche de la casa a oír la “charla” de los mirlos al atardecer.

Le daba vueltas a sus pensamientos y no distinguía bien la “realidad” del “sueño”. En la siesta había soñado brevemente con ballenas que quedaban varadas en la playa y miraban con ojos melancólicos a los bañistas. Creía que la china con gorra de béisbol que le miró fijamente a los ojos esta mañana, era en “realidad” un sueño; o no estaba seguro de que fuera sueño o realidad.

Un amigo le había recomendado que leyera a Philip K. Dick. Se dirigió a su librería habitual y preguntó por libros del tal Dick. La muchacha que le atendió resultó ser muy simpática aunque no era bonita. Le gustaba pero era demasiado joven para él. Miró en el ordenador y nombró los títulos que tenía editados. Eran muchos y no sabía por cual decidirse. Al final eligió uno que por el título le pareció interesante: “Confesiones de un artista de mierda” Felizmente lo tenían en existencia.

De nuevo en casa, sentado en su sillón favorito, abrió el libro por el prólogo (lo digo porque no siempre empezaba por el principio) y leyó una frase que le causó inquietud: “El horror de todas las novelas de Dick radica en que el mundo que nos rodea es cruel y demente, y cuanto más valerosamente luchamos por quitarnos los cristales de los ojos y ver las cosas como son en realidad, más sufrimos. La consciencia es dolor;”

Volvió a sentir el vértigo que sintió cuando el pensamiento de la muerte se le atravesó sin avisar y cerró el libro. Encendió la tele, emitían un programa de viajes exóticos donde un extraño gurú no paraba de reír y bautizaba en un río de aguas turbias al viajante y protagonista del programa. No podía concentrarse en las imágenes y se quedó dormido en el sillón... (Continuará)

Fin de Semana. Willy I (Relato por entregas)

|

(I) (De IV)

El sábado por la mañana, Willy salió a buscar un cajero automático (por un asunto escabroso que no viene a cuento ahora) se puso su sombrero y caminó por la parte de la acera que empezaba a bañar el sol. Aún era temprano y hacía fresco.

Sin saber cómo se encontró ¡pensando en la muerte! Él que nunca se paraba a pensar en esas cosas tan abstractas. En realidad no pensaba directamente en la muerte, si no en el vacío que ocupaba ese pensamiento en su mente.

Le entró vértigo. Más que vértigo, no encontraba suelo que pisar, había desaparecido. Un sudor frío en la frente le hizo quitarse el sombrero y abanicarse con él. Se sentó en un banco de hierro. El banco estaba helado pero el frío lo serenó por un momento.

Una joven china con una gorrita de beisbol, vaqueros ajustados y una libreta en la mano, lo miró a los ojos fijamente mientras pasaba delante de él. Se asustó. Pensó “las chinas no miran a los ojos y menos las chinas jóvenes y guapas a hombres anodinos como yo”. Automáticamente asoció a la china con la muerte. La china lo había elegido a él. La muerte lo había elegido a él. Aunque bien pensado, sería más lógico asociarla con la mafia china, se dijo para intentar desviar el miedo a la muerte. La china continuó su camino sin volver la vista atrás...(Continuará)