(Ilustración.- Mavi)
¿Tiene eso importancia?
Nada más entrar en la casa me di
cuenta, no había vuelta atrás.
El olor, las luces, las sombras,
la humedad, el sonido amortiguado, los colores sin sentido...
Olía a metagusano de la humedad
adolescente, enfermo, en fase terminal.
La luz que entraba por la ventana
luchaba a brazo partido con la oscuridad viscosa que reinaba en la
sala y casi nunca salía victoriosa. Polvo de estrellas muertas en el
aire. Escalopendras ondulantes reptando por las roídas cortinas.
Las sombras se carcajeaban
silenciosas tras los muebles vetustos y los jarrones de falsa
porcelana, rotos. Algunas vibraban muy lentamente, como cuerdas de
piano de cola, sin sonido. Sapos negros en las esquinas.
La humedad era la reina de aquel
antro. Goteras que formaban charcos hediondos. Paredes empapeladas
desnudándose impúdicamente, dejando ver las leprosas paredes.
Siseos de vívoras tras los armarios carcomidos.
Cualquier movimiento ruidoso
dentro de la casa quedaba amortiguado automáticamente y se convertía
en un chapoteo pantanoso, en sonido irreconocible. La casa parecía
que tuviera dentro una especie de silenciador, como las pistolas de
los asesinos.
Los colores iban y venían sin
mucho sentido. Tenían vida propia. Su intensidad pasaba por
distintas fases, dependiendo del ángulo de visión.
Por fin el dormitorio. En semi
penumbra. Absurdamente limpio y ordenado dentro de aquel caos
infernal. En el centro, la cama, impecablemente hecha. La colcha, de
color azul oscuro, empezaba a recibir pequeños copos de nieve que
entraban por la claraboya. Me tumbé en ella relajado y, poco a poco,
el manto de nieve me fue cubriendo.
Me invadió un agradable aroma
a... ¿cardamomo?, ¿bergamota? En la cocina alguien trasteaba con
los cacharros. Seguramente preparando un té. Lo más probable es que
no me quedara ya tiempo para paladearlo. ¿Tiene eso importancia?