La recta final
Le gustaba el ajoblanco para
comer y la vichyssoise para cenar.
La fruta madura y dulce, de ácido nada. Ya al final de su vida se agudizó aún más
su interés por los pájaros, que lo despertaban con sus gorgoritos matinales y
por las tardes se quedaba en el jardín hasta que empezaba a hacer fresco oyendo
sus cantos y observando sus idas y venidas entre los árboles. Los pájaros se
habían acostumbrado a su presencia y no se asustaban. Los árboles habían
crecido enormemente y ahora eran los reyes del jardín. Sentía su presencia como
si fueran personas.
Su memoria era ya un
poco borrosa pero no le importaba mucho. A veces acudían a él recuerdos
agradables que le hacían sentirse bien. Los malos recuerdos casi nunca
aparecían, la selección natural que ejercía su cerebro cumplía a la perfección.
Una gran parte del día lo pasaba absorto, casi sin pensar, solo observando todo
lo que ocurría a su alrededor, “sintiendo” la brisa, los rayos de sol o los
olores de la comida, del jardín, de la casa…
A media mañana releía algunos
pasajes de sus libros favoritos. No leía muchas páginas porque su vista se
cansaba enseguida, pero le bastaba ojear unas cuantas líneas para “sintonizar”
con los momentos en los que lidió con aquellos libros favoritos y recrear todo
lo que rodeaba aquellas épocas lejanas. No recordaba ninguna de los poemas que
había escrito durante su vida, pero no le importaba lo más mínimo.
Después de la siesta
ponía algo de música. Durante su larga vida había reunido una gran cantidad de
discos y tenía donde elegir según el estado de ánimo que tuviera en ese momento
o el que quisiera conseguir.
Disfrutaba de la
soledad, pero a veces tenía alguna visita agradable y aunque no hablara mucho,
se sentía bien compartiendo un té y respondiendo brevemente a sus
interlocutores.
Mantenía la costumbre de
acostarse temprano. Cuando apagaba la luz, intentaba “conectar” con el mundo de
los sueños y se iba quedando dormido sin darse cuenta. Al despertarse, si había
tenido la suerte de soñar algo curioso y de acordarse del sueño, apuntaba en
una libreta los detalles por si luego le apetecía o se sentía con ánimos de
escribir algún relato cortito, sin más pretensión que distraerse un rato en el
jardín antes de la hora de la comida.
Convivía con sus achaques
que, por suerte, no le impedían llevar una vida apacible en su recta final. A
veces pensaba que sería bonito cerrar los ojos sentado en el banco del jardín
al atardecer, oyendo el último canto de los mirlos y luego…el silencio…solo el
silencio.
8 comentarios:
No se para que lo digo, pero por si acaso, la ilustración es de Mavi.
Saludossssssssss
Una bonita manera de pasar los momentos precios a la vista de la Vieja Señora. Melancólico relato, y precioso, Bab. Y la ilustración, de lujo; gracias Mavi y Bab.
Sorry.
Fe de erratas:
Donde dice:
"precios"
debiera decir:
"previos"
Una forma ejemplar de encarar la recta final. Con la absoluta normalidad de quien entiende el ciclo y no ese aspaviento temerario cada vez mas común entre el ser humano.
Un abrazote
Pues si, Napi, quien pudiera, no?
Se lo digo a Mavi (que tiene dos o tres relatos más esperando encima de su mesa para hacer los gráficos)
Saludossssssssss
Ficus, te digo lo mismo que a Napi, estaría muy bien poder encarar con esa "absoluta normalidad" la recta final. Y luego...que salga el sol por Antequera, no?
Saludosssssssssss
Ojalá todos pudieran llevar la recta final de ese modo, más de uno lo envidiaría. Abrazosssssss.
Johnny, aun te queda mucho a ti para eso, eres muuuuuuuuuyyyy joven. Gracias por el comentario.
Saludosssssssss
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