Autorretrato Invertido

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Autorretrato Invertido

Se hizo una foto en su habitación el día 24 de diciembre. Buscó algunos efectos en el PC para editarla. Eligió “invertir” junto con algunos de sus efectos habituales preferidos. Le gustó como quedaba pero no estaba satisfecho del todo, buscó otros efectos como: “arrancar la melancolía”, “provocar la catarsis”, “parar el tiempo”, “sacudirse el escalofrío”, “escarbar en el misterio”, “acariciar gacelas”, “difuminar el horror”, “esquivar la zona oscura”, “sazonar cada minuto con aquella inocencia antigua”, “ignorar al petimetre”…

Pero no los encontró, así que se desnudó, se duchó, se fue a la cena de Noche Buena y ofreció el pavo que había cocinado a los veinte comensales. Recibió como regalo del “Amigo Invisible” (algún graciosillo que yo me sé) un vinilo impecable de “La Tuna Universitaria de Córdoba” y un libro de Michel Onfray sobre el hedonismo ético.

Babelain CD "El Guionista de los Sueños"

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Presentación del CD “El Guionista de los sueños de Babelain
Por Ficus:
“Comienza el decimocuarto trabajo del incombustible Babelain, y lo hace con ese aire místico y evocador que poseían algunos discos de la segunda mitad de la decada dorada. De viento y percusión lejana, de atmosfera nebulosa, de texto surrealista y guitarras que te atrapan. Tanto es así que por un momento pienso que he pinchado “Inner Mystique” de Chocolate Watch Band o algún otro disco del verano del amor en la costa oeste.

Continúa con el espíritu Dylaniano (Tanto musical, como poético) que se deja entrever en "Todo es Mentira".

Y como no podía faltar el toque iconoclasta de cada entrega, ese aparece en "El Héroe Razonable", a caballo entre los Kinks y Zappa. De repente me encuentro silbando la pegadiza melodía...

Si "Deja Que Sueñe Despierto" se hubiese grabado en Suecia, diríamos ¡¡Que buenos son los nórdicos cuando coquetean con el garaje!!

"Soledad" yo la definiría como el Yin y el Yan, ya que combina de manera magistral una optimista musicalidad de pop soleado, con una preciosista y melancólica letra.

En "Los Amantes" no puedo ser imparcial, ya que me gustó tanto la primera vez que la escuché, que me hizo cambiar de planes e incluirla en mi blog cuando ya tenía la entrada redactada y las canciones elegidas. Una genialidad con dos voces maravillosas

"Equilibrio" tiene un aire de tugurio lleno de humo con piano al fondo. Eso que al otro lado del charco denominan Pub music.

"El vértigo del naufragio" podría, perfectamente, haberla escrito Nick Cave y sus Bad Seeds. Alguien dijo una vez que no se podría disfrutar de la luz, sin haber disfrutado la oscuridad y viceversa.

Después, un breve, soberbio e impecable trabajo de instrumentación llamado "Leche Merengada", en la que la velocidad de la percusión y las guitarras parecen volar.

Luego dos grandes versiones, "Dead end Street" y "Rosy y Won't You Please Come Home" de los Kinks me hacen poner los pies en la tierra.

Pero solo por un momento, ya que vuelvo a salir de "Viaje Interestelar", un maravilloso ejercicio de psicodelia instrumental que vuelve a transportarme a mundos lejanos imaginarios.

Y el álbum se cierra de nuevo con "The Lovers", mi canción favorita. Habrá algún purista que la prefiera en el idioma de Cervantes o en el de Shakespeare. A mí me da igual, pienso que es un temazo y sonaría igual de bien aunque estuviese en sánscrito.
¿Alguien da mas...? “

Nuevo Link 22/01/2017


De viaje por la costa

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Viaje por la Costa Azul

Éramos unos pobres parias de viaje, pero el viaje era por la ¡Costa Azul! El coche era un Citroen “dos caballos” pero era ¡descapotable! Mavi se sentaba a mi lado y yo conducía; en la parte de atrás, Paco y José Ramón no paraban de soltar frases sin ton ni son. La música que habíamos elegido de banda sonora era un popurrí grabado en casete para la ocasión con canciones de varios estilos (jazz, blues, rai, reggae, soul…)

Paco.- la Cábala dice: “Cede al deseo, pero refinándolo”

José Ramón.- (cantando) A Pamplona hemos de irrrrr, con una media con una mediaaaa, a Pamplo…

Paco.- El Código de Manú dice: “No hay humillación más grande que existir”

José Ramón.- A pamplona hemos de irrrrrrrrrrrrrr…

Mavi.- No corras tanto

Yo.- Pero si voy despacio

Paco.- La Tabla Esmeraldina dice: “Verdadero, sin falsedad, cierto y muy verdadero:
lo que está de abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo,
para realizar el milagro de la Cosa Única”.

José Ramón.- A mi me gusta estar abajo; arriba, la hembra… ¿y a vosotros?, digo para realizar el milagro ese del que habla Paco. ¿No hablamos de coitos?

Mavi,.- ¿pero tú no ibas a Pamplona?

José Ramón: ..hemos de irrrr, con una media y un calcetinnnnnnnn

Paco.- Calla, ¿este no es John Mayall ? (Suena “Don't Pick A Flower”)

Yo.- Si, a veces se pone tierno.

Mavi.- A mí me gusta

Paco.- (Dalinianamente) Hay- que- hacer- las -cosssssasss -con -rigorrrr, ab-so-lutaaaaa-mente

Yo.- Con rigor mortis. Ri-gor- moooo-rrrrr-tisssssss

José Ramón.- Vamos a parar un rato a tomar un vino de sacristía

Paco.- Eres la hostia

Mavi.- ¿Por qué corres tanto si vamos cuesta abajo? nos vamos a despeñar

Yo.- Pero si yo no acelero

Mavi.- entonces por qué vamos tan deprisa

Yo.- ¡porque se han roto los frenos!

Paco y José Ramón.- Ah, bueno, si es por eso…

Mavi se tapa los ojos y grita: Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh

Yo.- Era broma, mujer.

Mavi me da puñetazos en el brazo y casi pierdo el control del coche. Paramos en un bar, pedimos una botella de Château d'Yquem, como si fuéramos Humphrey Bogart en “No somos ángeles”. Después de pagar la abultadísima cuenta nos quedamos sin una peseta. Habrá que utilizar alguna estrategia para “subvencionar” el viaje de vuelta (sin pasar por Pamplona, claro está).

Memorias de una mujer

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RECUERDOS DE UNA MUJER ANTES DE MORIR

Cuando ya me quedan meses, quizás semanas o días para que mi estancia en este mundo llegue a su fin, me gustaría dejar por escrito algunos lances de mi vida por si pueden ser de interés para alguien, cosa que dudo.

Lo primero que recuerdo más o menos con cierta nitidez es a mi madre caminando delante de mí con su culo redondo dando bandazos de lado a lado del carril de tierra y con el cesto de ropa en la cabeza yendo hacia el río. Tendría yo unos tres o cuatro añitos. Ahí me di cuenta de que nunca sería como mi madre. Yo sería puro espíritu (nada de culo gordo ni tiestos en la cabeza). Yo sería casi un suspiro. Ahora que ya casi expiro, creo que conseguí aquel deseo de la niñez. También recuerdo que fue a partir de aquella visión cuando empecé a querer a mi madre con locura, con ternura, con pasión. Ella era lo opuesto a lo que yo quería ser y, curiosamente, al mismo tiempo, era la personificación de la bondad hecha carne.

Un segundo recuerdo importante fue el primer beso. A los catorce años fui a una fiesta de cumpleaños y en el típico juego de “las tinieblas”, al apagar la luz, me metí en un armario lleno de ropa donde alguien había tenido antes que yo la ocurrencia de esconderse. Pensé que era uno de los muchos niños invitados a la fiesta. De pronto noté que me acariciaban la cara como hacen los ciegos para reconocer a alguien. Me dejé hacer. Sentí escalofríos. Luego vino el beso, liviano, casi un roce en los labios. En ese momento alguien abrió la puerta del armario y allí estábamos yo y “ella”, la niña que me caía peor de todo el colegio. A partir de aquel lance fortuito, se me quedó la etiqueta de lesbiana y ya nada ni nadie pudo borrarla.

El tercer recuerdo que me viene a la cabeza cuando repaso mi vida en las tardes de domingo bebiendo té y mirando por la ventana como se refugian los pájaros en los árboles, es mi primer día como trabajadora social en una de las prisiones más importantes del país. Me asignaron un preso al que tenía que sacar toda la información referente al delito cometido y a su carácter y luego ayudarle ante el juez. Era un hombre mayor, pelo corto y rojizo, ojos pequeños y penetrantes, aún de aspecto agradable. Me miró fijamente a los ojos y me dijo con absoluta calma: “Es inútil joven, no hay nada que hacer; soy culpable y no me arrepiento. Lo volvería a hacer. No pierda el tiempo conmigo”. No supe que hacer. Salí de allí bloqueada, asustada. Entré en el servicio y lloré desconsoladamente durante un buen rato. La mirada fría del preso y la impotencia que sentí se quedaron clavadas en mí y luché contra ellas durante toda mi vida. En aquel momento hice el propósito de ser la mejor en mi trabajo. Y si no fui la mejor, poco le faltó porque me dediqué en cuerpo y alma a los presos, procurando que la estancia en la cárcel fuera lo más llevadera posible y ayudándoles en todo el proceso ante los jueces con la mayor solvencia.

No tuve pareja ni la busqué. Hubo pretendientes de ambos sexos pero los rechacé sin inmutarme. Mi espíritu no permitía compartir mi vida con nadie. Sería muy duro para mi pareja llevar la existencia ascética que había programado y yo no necesitaba a nadie para llevarla a cabo. A veces, casi siempre en otoño, algún pensamiento se cruzaba en mi mente, imaginando una vida compartida, me dejaba llevar unos instantes por un supuesto idilio pero enseguida volvía a mi ser y descartaba todo pensamiento que me apartara de mi camino.

Luego me jubilé con tristeza y me retiré a una casita en el pueblo que había heredado de mis padres. Mi padre siempre quiso que yo viviera en esa casita cuando fuera mayor y así fue. Él nunca demostró cariño por mí, pero sé que me quería con esa forma silenciosa y brusca de algunos campesinos de tierra adentro que trabajan en el campo de sol a sol.

Una noche de tormenta, sentada en una mecedora en el porche de la casa, me descubrí llorando, al recordar tan vívidamente que parecía estar ocurriendo en ese momento, aquel beso con la niña en el armario; noté el roce en los labios, se me puso la piel de gallina; al instante sonó un trueno descomunal que me hizo dar un salto en la mecedora. Entré en la casa, me preparé un consomé y me fui a la cama.

Viví una jubilación tranquila y solitaria en el pueblo; solo alternaba con el tendero y con algunas vecinas que me traían víveres de sus huertas y granjas de vez en cuando. Oía la radio, me dedicaba a los menesteres habituales de cualquier casa y daba algún paseo por los alrededores cuando hacía buen tiempo.

Hay un recuerdo que querría que se quedara para mí, para no quedar como una loca. Pero contaré algo. Una vez vi a un fantasma rondando alrededor de mi cama. Sé a ciencia cierta que era un fantasma pero no voy a dar detalles. Cerré los ojos muerta de miedo y llamé mentalmente a “mi ángel”. Al abrir los ojos, el fantasma había desaparecido. Sé que lo que llamo “mi ángel” es imaginario, pero casi nunca me falla. No vayan a pensar que soy una vieja chiflada.

Y ahora, que ya me queda poco por vivir, dejo estos breves recuerdos, más que nada para que al escribirlos, me hagan sentir que he vivido. Aunque no sé si ha sido un camino elegido por mí a partir de los propósitos hechos en mi niñez o alguien lo ha trazado de una manera tan sutil que me lo ha hecho creer así.

Un Romance Insólito (Íncubo/Súcubo)

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Un romance insólito

Hace mucho, mucho tiempo sucedió un hecho extraordinario. Un Íncubo y un Súcubo vivieron un romance verdaderamente explosivo, como no podía ser menos. ¡La debacle! En ninguna cabeza cabe que dos demonios sexuales se embarque en una aventura romántica entre ellos, o mejor dicho, “contra” ellos. ¡Quién lo iba a imaginar!

Pues sucedió y por espacio de un mes aproximadamente. Los encuentros eran batallas orgiásticas descomunales que duraban toda una noche. Cuando amanecía, cada cual se retiraba a su morada, completamente exhausto, vacio, vencido, magullado…pero en cierto sentido, feliz.

Después de unas cuantas “sesiones”, más que demonios parecían fantasmas anémicos, un sombra pálida de aquellos orgullosos seductores que habían tomado apariencia de joven apuesto, el Incubo, y de hermosísima y exótica mujer, el Súcubo. Cada batalla era un robo de energía sexual al amante pero no la podían aprovechar a su favor, solo suponía pérdida para ambos bandos. Sus energías eran incompatibles, sus cuerpos la rechazaban una vez robada del contrario.

Por fin llegó la cordura, si se puede llamar así a una decisión demoníaca. A pesar de la atracción irresistible, acordaron que no podían seguir viéndose si no querían acabar con sus vidas. Así que decidieron de mutuo acuerdo continuar seduciendo a mortales, como está escrito y dejarse de amores y pasiones imposibles.

Enseguida empezaron a recuperar la energía sexual. Al Íncubo le creció el pene 35 cm. solo en cuatro noches seductoras y el Súcubo, recobró el brillo y la suavidad en la piel que había perdido en el romance contranatura y le volvieron a salir las alas.

Este es un hecho extraordinario y no se conoce otro ejemplo de romance entre un Íncubo y un Súcubo, que yo sepa.





Tan poca cosa

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Tan poca cosa

Quizá solo sea eso

Una visión fugaz

El resplandor de un relámpago

El sonido de una gota

que cae sobre un lago helado

El remolino que surge

entre trenes que se cruzan

Quizá solo sea eso

La sombra del humo

que el viento dispersa

El paso de la risa al llanto

El momento en el que el tiempo

decide ir más deprisa

y el corazón se desboca

Quizá solo sea eso

Un suspiro invertido

Una gacela que brinca

y desaparece en el bosque

La hoja que cae del árbol

rozando la piel desnuda

de un niño junto a la fuente

Quizá solo sea eso

Y siendo tan poca cosa

Porqué nos trastorna tanto


Memorias de una mujer

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RECUERDOS DE UNA MUJER ANTES DE MORIR

Cuando ya me quedan meses, quizás semanas o días para que mi estancia en este mundo llegue a su fin, me gustaría dejar por escrito algunos lances de mi vida por si pueden ser de interés para alguien, cosa que dudo.

Lo primero que recuerdo más o menos con cierta nitidez es a mi madre caminando delante de mí con su culo redondo dando bandazos de lado a lado del carril de tierra y con el cesto de ropa en la cabeza yendo hacia el río. Tendría yo unos tres o cuatro añitos. Ahí me di cuenta de que nunca sería como mi madre. Yo sería puro espíritu (nada de culo gordo ni tiestos en la cabeza). Yo sería casi un suspiro. Ahora que ya casi expiro, creo que conseguí aquel deseo de la niñez. También recuerdo que fue a partir de aquella visión cuando empecé a querer a mi madre con locura, con ternura, con pasión. Ella era lo opuesto a lo que yo quería ser y, curiosamente, al mismo tiempo, era la personificación de la bondad hecha carne.

Un segundo recuerdo importante fue el primer beso. A los catorce años fui a una fiesta de cumpleaños y en el típico juego de “las tinieblas”, al apagar la luz, me metí en un armario lleno de ropa donde alguien había tenido antes que yo la ocurrencia de esconderse. Pensé que era uno de los muchos niños invitados a la fiesta. De pronto noté que me acariciaban la cara como hacen los ciegos para reconocer a alguien. Me dejé hacer. Sentí escalofríos. Luego vino el beso, liviano, casi un roce en los labios. En ese momento alguien abrió la puerta del armario y allí estábamos yo y “ella”, la niña que me caía peor de todo el colegio. A partir de aquel lance fortuito, se me quedó la etiqueta de lesbiana y ya nada ni nadie pudo borrarla.

El tercer recuerdo que me viene a la cabeza cuando repaso mi vida en las tardes de domingo bebiendo té y mirando por la ventana como se refugian los pájaros en los árboles, es mi primer día como trabajadora social en una de las prisiones más importantes del país. Me asignaron un preso al que tenía que sacar toda la información referente al delito cometido y a su carácter y luego ayudarle ante el juez. Era un hombre mayor, pelo corto y rojizo, ojos pequeños y penetrantes, aún de aspecto agradable. Me miró fijamente a los ojos y me dijo con absoluta calma: “Es inútil joven, no hay nada que hacer; soy culpable y no me arrepiento. Lo volvería a hacer. No pierda el tiempo conmigo”. No supe que hacer. Salí de allí bloqueada, asustada. Entré en el servicio y lloré desconsoladamente durante un buen rato. La mirada fría del preso y la impotencia que sentí se quedaron clavadas en mí y luché contra ellas durante toda mi vida. En aquel momento hice el propósito de ser la mejor en mi trabajo. Y si no fui la mejor, poco le faltó porque me dediqué en cuerpo y alma a los presos, procurando que la estancia en la cárcel fuera lo más llevadera posible y ayudándoles en todo el proceso ante los jueces con la mayor solvencia.

No tuve pareja ni la busqué. Hubo pretendientes de ambos sexos pero los rechacé sin inmutarme. Mi espíritu no permitía compartir mi vida con nadie. Sería muy duro para mi pareja llevar la existencia ascética que había programado y yo no necesitaba a nadie para llevarla a cabo. A veces, casi siempre en otoño, algún pensamiento se cruzaba en mi mente, imaginando una vida compartida, me dejaba llevar unos instantes por un supuesto idilio pero enseguida volvía a mi ser y descartaba todo pensamiento que me apartara de mi camino.

Luego me jubile con tristeza y me retiré a una casita en el pueblo que había heredado de mis padres. Mi padre siempre quiso que yo viviera en esa casita cuando fuera mayor y así fue. Él nunca demostró cariño por mí, pero sé que me quería con esa forma silenciosa y brusca de algunos campesinos de tierra adentro que trabajan en el campo de sol a sol.

Una noche de tormenta, sentada en una mecedora en el porche de la casa, me descubrí llorando, al recordar tan vívidamente que parecía estar ocurriendo en ese momento, aquel beso con la niña en el armario; noté el roce en los labios, se me puso la piel de gallina; al instante sonó un trueno descomunal que me hizo dar un salto en la mecedora. Entré en la casa, me preparé un consomé y me fui a la cama.

Viví una jubilación tranquila y solitaria en el pueblo; solo alternaba con el tendero y con algunas vecinas que me traían víveres de sus huertas y granjas de vez en cuando. Oía la radio, me dedicaba a los menesteres habituales de cualquier casa y daba algún paseo por los alrededores cuando hacía buen tiempo.

Hay un recuerdo que querría que se quedara para mí, para no quedar como una loca. Pero contaré algo. Una vez vi a un fantasma rondando alrededor de mi cama. Sé a ciencia cierta que era un fantasma pero no voy a dar detalles. Cerré los ojos muerta de miedo y llamé mentalmente a “mi ángel”. Al abrir los ojos, el fantasma había desaparecido. Sé que lo que llamo “mi ángel” es imaginario, pero casi nunca me falla. No vayan a pensar que soy una vieja chiflada.

Y ahora, que ya me queda poco por vivir, dejo estos breves recuerdos, más que nada para que al escribirlos, me hagan sentir que he vivido. Aunque no sé si ha sido un camino elegido por mí a partir de los propósitos hechos en mi niñez o alguien lo ha trazado de una manera tan sutil que me lo ha hecho creer así.

Babelain Single.- Dead end street. Equilibrio.

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Último single para completar el CD nº 14.

1.- Dead end street (Ray Davies)

2.- Equilibrio (Letra y música.- Babelain)


EQUILIBRIO

(Letra y música.- Babelain)

I

Dialoga el acantilado

Con la espuma de las olas

En la orilla la bailarina

Baila sola

Los números buscan el cero

Para volver a la nada

La luna sugiere algo

Y calla el sol

(Estribillo)

El amor hace sus cuentas

Sin importarle los riesgos

La noche entra en juego

Y se abre como una flor

La luna sugiere algo

Y calla el sol

II

El ciclista va escribiendo

Su poema de dos ruedas

El árbol se despereza

En la vereda

El niño gira su aro

Camino del infinito

La niña olvida el tiempo

Y lanza un grito

(Estribillo)

III

Consulta el cielo su agenda

Ya suenan algunos truenos

Renuevan los escorpiones

Su veneno

Sobreviven los que nadan

Sin pensar en las corrientes

El silencio del suicida

Es inocente

(Estribillo)

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