Fotos

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La chapa

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La chapa

             Saliendo del Museo Picasso de Málaga de ver una exposición sobre “El Factor Grotesco”, recibo una llamada de mi hijo mayor. Me dice que quiere presentarme a su nueva novia, que si podemos vernos en casa en una hora. Le digo que claro, como no.
             Vuelvo a los servicios de la sala de exposiciones para ver que aspecto tengo (hace tiempo que no me miro en un espejo) Sorpresa: ¡mi cabello está formado de hebras de oro de unos veinte centímetros! Las hebras son anárquicas, como si tuvieran vida propia. Me paso la mano abierta a modo de peine para intentar domar esa intrépida cabellera pero, al instante, vuelve a su estado “natural”. No hay modo. Lo dejo por imposible y salgo a la calle.
            Mientras me decido o no por entrar en alguna tienda para comprar un sombrero de lo más corriente para no parecer extravagante, me doy cuenta de que voy ¡descalzo! Parece ser que últimamente no le he dedicado mucho tiempo a mi aspecto exterior. Abandono la idea del sombrero y busco una zapatería. Encuentro una bastante extraña pero que no dejaba lugar a dudas, en la puerta colgaba un cartel donde con letras bien grandes estaba impreso: “ZAPATERÍA PARA PERSONAS EXIGENTES”
            Yo no me consideraba ni de lejos una persona exigente, pero tenía urgencia por comprarme unos zapatos para parecer una persona medio decente a los ojos de la novia de mi hijo (aunque el hábito no haga al monje, pero no solo hay que ser bueno si no parecerlo, que se yo…)
            La zapatería parecía más una lavandería o una sala de máquinas tragaperras que una tienda de zapatos. No había dependientes, solo varias máquinas donde detrás de un cristal  exhibían un modelo de zapato distinto. Las máquinas funcionaban con monedas y yo no tenía cambio. Salí fuera y busqué un bar. Pedí un refresco y al salir, el camarero me preguntó si iba a la zapatería, le dije que sí y me contestó que me llevara la chapa de la botella del refresco que acababa de beberme; ¿por qué? pregunté  y me dijo que enseguida lo sabría. Salí de allí con la misma zozobra y siguiendo con el absurdo ritmo desde que me miré al espejo en la sala de exposiciones.
            Busqué un zapato que pasara desapercibido, que no llamara la atención; imposible, todos eran espectaculares. Opté por unos de gamuza azul. Introduje las monedas exactas y le di al botón. Una voz de ultratumba sale de la máquina: “Introduzca la chapa, hombre de dios” Di unos pasos hacia atrás como hace Ronaldo antes de un tiro libre. Luego los volví a dar hacia delante, saqué la chapa del bolsillo y la introduje con saña en la rendija. La voz de ultratumba retumbó: “Gracias, es usted una persona exigente” Al cabo de unos segundos y después de unos ruidos y un tembleque extraño, salen de la parte inferior de la máquina unos zapatos de piel “roja, como los del Papa”. Me lío a patadas con la máquina, pero como estaba descalzo me hice daño en los pies. Dejo los zapatos rojos encima de la máquina que me prometía zapatos de gamuza azul y salgo a la calle.
            Llego a casa y ya estaban allí mi hijo, su nueva novia, mi hijo pequeño y mi mujer. Espero las miradas de desaprobación o al menos de sorpresa, pero nadie parece advertir nada raro en mi. Mi hijo mayor me presenta a su novia que me parece muy simpática y mi mujer me pregunta si quiero beber algo, que le da la impresión de que vengo algo “cansado” (ella me conoce bien). Le digo que gracias pero que voy al servicio a refrescarme primero. Ya a solas, delante del espejo, compruebo que mi cabello es el de siempre. Me miro los pies, y allí están mis gastados zapatos normales y corrientes que uso a diario porque son comodísimos. No comprendo nada. Deduzco que algo me ha debido de afectar en la exposición sobre “El Factor Grotesco”. Vuelvo al salón, abro una cerveza,  me quedo con la chapa en la mano observándola absorto durante unos instantes. La novia de mi hijo me pregunta: ¿Coleccionas chapas? Y le contesto ¡Si yo te contara! Y pasamos a otra cosa, gracias a que mi mujer es muy hábil y desvió la conversación hacia temas gastronómicos (cosa que mi hijo pequeño agradeció de inmediato) Casi era la hora del almuerzo y todos teníamos hambre.

Fuera o Dentro

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Fuera o dentro

En la oscuridad me pareció oír la palabra “amnesia”. Inmediatamente olvidé todo. Incluso quién era.
            Salí a la luz y me pareció oír la palabra “vacío”. Por arte de magia quedé suspendido en la nada. Ingrávido, casi inmaterial, translúcido.
            Ya en la “nada” me pareció sentir una “brisa”. La brisa me hacía cosquillas y empecé a reír sin freno. La risa se convirtió en tortura insoportable.
            En medio de la tortura oí un ruido seco y violento de una gran puerta cerrándose.

            No sé si yo estaba fuera o dentro.

Después del Crepúsculo

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Después del Crepúsculo

                Absorto en el jardín después de haber disfrutado de una puesta de sol, veo que un pájaro vuela sobre mi cabeza y se posa en el árbol para pasar la noche. Le reprocho: ¿no te parece que es muy tarde para recogerse, pájaro?  Y el pájaro no me dice ni pío.

                Cuando  es noche cerrada, saco un espejo al jardín y lo apoyo en el árbol donde ya duermen los pájaros. Es un espejo de unos dos metros de alto por uno de ancho. Enciendo las luces exteriores y me pongo a dar vueltas alrededor del árbol. Cada vez que paso por delante del espejo, miro de reojo para ver mi imagen. Después de unas cuantas vueltas el espejo deja de reconocerme; no existo para él.

                Me siento en una silla frente al espejo y espero. Al cabo de un tiempo, entre brumas, el espejo me muestra imágenes de distintos momentos de mi infancia, recorriéndola hacia atrás. Recuerdo la última: Estoy jugando en el puerto, con tres o cuatro años y cuando aún resuenan las sirenas de los barcos y el graznido de las gaviotas, la bruma se disipa y aparece la escena actual: Me veo a mí, sentado en una silla del jardín, frente al espejo, con una sonrisa irónica y en ese mismo momento se me ocurre un breve poema:  

“Estoy en un país de hielo,
buscando el rastro que perdí,
Iluminado por luciérnagas
entre  una corte de niños
jugando con sus diábolos”

Babelain Single. Rebobinando. Ella puso un huevo.

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Dos temas de cosecha propia para este nuevo single:

1.- Rebobinando:

En “El Testamento de Orfeo”, película de Jean Cocteau, el director y poeta utiliza magistralmente, para aquellos tiempo, el viejo truco  de pasar la película hacia atrás, rebobinando; consiguiendo efectos sorprendentes en algunas escenas.
La letra de esta canción es la adaptación de un poema que ya publique en el blog, inspirado ligeramente en una escena de esta película.


Rebobinando
(Letra y música.- Babelain)

El mar devolvió la flor
Pude atraparla al vuelo
Desandé mis pasos
Y volví a casa

Me senté en la hamaca
El reloj daba las diez
Luego vinieron las nueve
Las ocho, las siete en punto

El tiempo rebobinaba
A cámara lenta

Nadie se daba cuenta
Nadie, nadie, nadie, nadie

Me acosté en la cama
Se hizo la oscuridad
Recorrí el sueño a la inversa
No recuerdo nada más

No sé si hoy es ayer
Devolví la flor al mar
Y no le di cuerda al reloj
Para que se marchite el tiempo

2.- Ella puso un huevo:
               

Ella puso un huevo
(Letra y música.- Babelain)

Con lo bien que estaba solo en mi casa
se me ocurre ir de viaje a Plutón
un planeta lejos de mi Galaxia
donde dicen que la gente es feliz
 muy feliz.

Me reciben con los brazos abiertos
me confunden con uno de Alcorcón
pero todos se quedan como muertos
cuando digo que yo vengo de más lejos
soy de Orión

La conocí en primavera
Y nos casamos en verano
Ella puso un huevo en otoño
Y yo lo incubé en invierno

Ella tiene solo un ojo y tres bocas
y eso aquí parece lo más normal
Pone huevos como hacen las ocas
cuando vuelva a mi planeta y lo cuente
van a alucinar

Con lo bien que estaba solo en mi casa
Que se me ha perdido a mí en Plutón
Ahora vivo en esta extraña Galaxia
Con muchos huevos y añorando
A mí querida Constelación



Link Single y portada: