
MI SOMBRA
Lo reconozco, aquello estaba alcanzando visos de paranoia, aunque afortunadamente ya pasó. Empezó casi como una broma, pero mi Sombra tomaba una importancia cada vez más pronunciada en mi vida diaria.
Al levantarme por las mañanas, aparecía ella desde debajo de la cama y ya no se quería separar de mi en todo el día.
En el trabajo, la sombra de mis dedos, a veces intentaban pulsar unas teclas del ordenador que no eran las que yo pretendía; tenía que esforzarme para llevarlos al sitio correcto.
Cuando entraba en el bar para desayunar, en alguna ocasión, mi Sombra ha tratado de sentarse en una silla que no era la que yo tenía previsto sentarme porque daba demasiado el sol o porque no veía desde allí a una mujer “interesante” que tomaba café con croissant. Y he tenido que forcejear con ella inconscientemente.
A la hora de la siesta tenía una tregua reparadora, pero bastaba con poner un pie en el suelo para tenerla de nuevo pegada como una lapa feliz y contenta.
Se relajaba un poco a la hora del té (le debía gustar el té verde con hierbabuena) mientras veíamos como la luz de la tarde cambiaba la fisonomía de las montañas que tenemos enfrente de casa. Pero cuando empezaba cualquier actividad, ya luchaba por llevarme a su terreno.
Una vez, en pleno invierno, fui a la playa y me bañé en el mar helado, con la intención de dejarla en la orilla y librarme de ella. Mi sombra era muy lista y esperó al borde del mar, sabiendo que soy muy friolero y que saldría pronto. Efectivamente, enseguida saboreó su triunfo la muy desgraciada.
Intenté despistarla un sinfín de veces: en las puertas giratorias de un banco, en un laberinto de espejos de una feria de pueblo, en un eclipse de sol y en otro de luna…todo fue inútil, ella estaba siempre agazapada junto a mí. Solo me libraba de ella de noche en la cama y a la hora de la siesta.
Una tarde de primavera ocurrió algo inesperado. Paseábamos (mi Sombra y yo, quién si no) por una callejuela de un pueblo de la costa mediterránea cuando vi a una mujer negra de cuerpo espectacular con una sombra “contundente”. La seguí un rato a unos pasos, para no llamar su atención, embelesado con ese cuerpo cimbreante.
La mujer se paró de pronto para ver un escaparate de una tiende de artesanía y yo, por disimular, seguí andando como el que no quiere la cosa (soy un tipo muy digno, aparentemente). Al rato, me volví para ver si seguía allí y descubrí que ¡mi Sombra había desaparecido! Esperé sentado en un banco, un poco “asombrado” por el acontecimiento, a que pasara la mujer seguida de su sombra “contundente” que a su vez eran seguidas por ¡mi Sombra! Qué ilusa mi Sombra, se había enamorado perdidamente de la sombra de la mujer negra y allá iba ella como un perro siguiendo a una perra en celo.
Respiré profundamente, me reí un rato a carcajada limpia y me fui a casa a celebrarlo con mi mujer y un par de perros callejeros que recogí por el camino debido a la euforia. Cuando terminamos el champagne, mi mujer despidió a los perros y nos fuimos a dormir. Que bonita es la primavera, ¿no os parece?