Se arma un gran revuelo
Estamos tumbados boca arriba en
la playa Tomás y yo. Aparecen dos tipos extraños y se quedan
parados de pie delante de nosotros. Uno de ellos es voluminoso. Se
tumba en la arena y rueda hacia la orilla desliándose la especie de
sábana que le servía de vestido. Se queda en bañador, una especie
de plástico fino negro pegado a la piel, casi un tanga. Vuelve y se
coloca junto al otro que lleva puesto ahora un bañador tipo meyba.
Nos miran fijamente. Empiezan a hinchar y deshinchar sus cuerpos al
unísono, incluyendo sus cabezas, a voluntad. Cuando el flaco se
hincha, el gordo se deshincha. Parecen de caucho. Intuimos por arte
de birlibirloque que son homosexuales machos de otro planeta. Quieren
lío. No sabemos como explicarles, sin ofenderlos, que nosotros somos
hetero.
Pasamos al anfiteatro (gallinero)
de un cine de los antiguos, en la primera fila del primer piso.
Además de Tomás están El Bola, Gloria, Eduardo y Julián. De
pronto, un amigo, que conocí recientemente, pero que no veía desde
la infancia (?) me saluda desde el patio de butacas. Me entra una
euforia desmesurada, muevo los brazos, me desequilibro y caigo al
patio de butacas arrastrando un inmenso altavoz. Se arma un gran
revuelo. La gente me abuchea. Escurro el bulto hasta llegar al
pasillo central. Me acurruco allí hasta que pasa el temporal. En la
pantalla, un chico guapo conduce un descapotable rojo; a su lado va
una chica regordeta y pelirroja, con cierto encanto, que ríe y masca
chicle. El chico canta desafinando una especie de bolero en inglés.
Con gran sigilo, mientras la película discurre, me escabullo hasta
la salida. Allí acontece un gran espectáculo iluminado por las
luces de las farolas; los árboles se están quedando completamente
pelados mientras las hojas caen en cámara lenta. El suelo es un
manto de hojas que crujen bajo mis botas de cuero negro. El Otoño
nos ofrece su cara más amable. Desde una moto de gran cilindrada,
que pasa con parsimonia, me saludan dos tipos raros. Son los
homosexuales marcianos. Desaparecen y solo quedan sus sonrisas
flotando en el aire, como el Gato de Chesire en Alicia en el País de las Maravillas.
Safari malagueño
(Calle Larios)
Centro de Arte Contemporáneo (CAC)
Pilar Albarracín. (Asnería)