
CUENTOS REUNIDOS GEYPER
Al entrar en el bosque seguí un sendero. Era un bosque hermético. Una mezcla entre un laberinto de espejos y el interior de una coliflor rosada. Se me ocurrió ir dejando migas de pan por el suelo y marcando los árboles por donde pasaba; nunca se sabe. El sonido de los pájaros, ranas, insectos, demás animales y el viento, lo percibía con una racha de eco que primero aumentaba de volumen y luego se iba desvaneciendo. Al principio me desconcertó pero luego me dejé llevar y era hasta agradable.
Una especie de pequeño gnomo salvaje, medio hombre medio cabra se plantó de pronto delante de mi con una sonrisa entre malévola y desafiante, pero no dejaba de ser una sonrisa. Me hice el “interesante” y puse mi cara de hombre que está de vuelta de todo. Me dijo con un acento de macho cabrío:
- ¿Donde vas? Aquí eres un intruso, por si no lo sabes
- Donde yo vaya no es de tu incumbencia. (le solté a bocajarro)
Cambió la sonrisa por una horrible mueca de desencanto y frustración. Esperaba intimidarme y no lo consiguió. Seguí el sendero que me llevó a una casita de chocolate. Dentro había tres cerditos sentados a una mesa cenando callos a la madrileña. La chimenea estaba encendida y la casa empezaba a derretirse poco a poco. Los goterones de chocolate caliente caían por todas partes, incluso dentro de los platos. Nunca había probado callos con chocolate y le pregunté a los cerditos si podía sentarme con ellos a comer un poco. Me dijeron que hacía tiempo que me esperaban. Eso me sorprendió, probé los callos con chocolate, estaban buenísimos. Sugerí salir de la casa ya que el chocolate chorreaba por todos lados y además quemaba la piel.
Una vez fuera, llegó El Lobo del brazo de Caperucita Roja. Se habían dejado a la abuelita jugando al bridge con unas amigas en una urbanización próxima al bosque. Caperucita había quedado con Blancanieves y los Siete Enanitos para tomar el té esa tarde y nos invitaron a ir con ellos, pero rehusé, demasiadas emociones para un mismo día.
Seguí paseando solo por el bosque, siguiendo el sendero y vi en el suelo una bosta de vaca humeante. Algo se movía entre los vapores, era garbancito. En plan de cachondeo grité:
-Garbancitoooooooooooo donde estássssssssssssssssssssssssss????
-Pues no lo estás viendo, so capullo (me contestó con su vocecita inocente y apestosa)
Lo cogí con un palito y lo llevé a un arroyo cercano para lavarlo. Me preguntó si tenía un cigarro, le dije que no y además, los garbanzos, que yo sepa no fuman. Me contestó que yo “sabía” muy poco de garbanzos. Le dije que sabía que daban gases y que estaban buenos con chorizo, o con callos, ya que estamos. Me despedí de él y seguí por el sendero. Empezó a llover, primero suavemente pero poco a poco se convirtió en una tormenta con sus truenos y relámpagos. Salían ranas y sapos por todos los lados; los pisaba al andar y hacían un ruido espantoso. Pasé cerca de una casita destartalada y ví que había un letrero en la puerta junto al buzón para las cartas, en el letrero ponía “El Tío Chiribitas” *. De pronto me vino un fuerte olor a carne frita, pero eso pertenece a otra historia…
*”El Tío Chiribitas” es una canción popular que dice más o menos así (hay muchas variaciones):
“El Tío Chiribitas
Mató a su mujer
La hizo pedacitos
La echo a la sartén
La gente que pasaba
Olía a carne frita
Y era la mujer
Del Tío Chiribitas”