Diecinueve de febrero
Sutil anhelo
Oprimidos por tanta felicidad,
decidieron arrojarse al vacío. El vacío estaba muy lleno y no
cayeron precipitadamente. Fueron chocando y chocando, rozando
y rozando, sobando y sobando hasta llegar al mar, donde les esperaba
la típica ballena que sonríe sin parar. La desdeñaron; no querían
sonrisas ni nada que les recordara a esa felicidad pasada que les
había oprimído hasta hacerlos saltar al vacío.
Luego sonó la música que los
arrebató, los zarandeó, los sublimó y, con las bocas abiertas,
sorbieron el tifón que arreciaba en esa parte del caribe donde nada
es lo que parece. Más bien, donde todo lo que parece, no es. Y
empezaron a buscar el silencio de los espectros. Visitaron
cementerios y museos aburridos. Manicomios abandonados, con almohadas
de plumas deshechas y las plumas flotando en el aire
enrarecido. Los cuervos campaban a sus anchas por los pasillos y entraban y salían
por las ventanas rotas. De los espectros, ni rastro, así que
intentaron volver a casa.
El camino de regreso no estaba
bien señalizado. Es más, si nos ponemos quisquillosos, podría
parecer que había señales que incitaban a la confusión; incluso al
engaño descarado. Mientras tanto, se habían olvidado de la
felicidad pasada y pesada. Recobraron la ligereza de la juventud, a
pesar de la edad reflejada en sus recuerdos y, sobre todo, en sus
huesos. La vida empezaba a parecer menos insípida y daba la
impresión de que se podía escoger. Escoger un camino, por ejemplo.
De todas formas, no importa mucho si esa sensación era real o se
dejaban engañar. Aprendieron poco a poco a no anhelar las cosas con
vehemencia, solo con suavidad, casi con disimulo. Que nadie se diera
cuenta de ese sutil anhelo...
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Safari
Y ahora una conversación acalorada en pleno rastrillo sobre ... la polinización manual de la chirimoya. No es broma.